Mientras veías las olas ir y venir, y yo te miraba el perfil, me contabas otra vez la historia de nuestras cuarenta y nueve vidas.
Decías que en una vida fuimos felices. En otra no dejamos de estar tristes. Hubo una en la que te maté de una cuchillada en el corazón y otra en la que me envenenaste con mejillones que tu mismo habías pescado. En otra nos lloramos por veintidós años. La vida mas larga que tuvimos fue hace tres siglos por tres en medio de un frío bosque. Ese bosque donde hay árboles tan altos donde puedes trepar al cielo y tocar las nubes.
Esos árboles de donde me ayudé a bajar de la Luna una noche que sentí que me llamabas.
Tu halcón llegó volando y me dijo que buscabas a una Diosa con espirales y esas eran mis marcas de nacimiento. Y yo no lo pensé dos veces, ni regresé a despedirme de mi Luna, sabía que de todos modos me cuidaría aquí abajo, de donde salen las raíces de estos, tus árboles.
Desde entonces, durante muchas vidas, hemos estado juntos.
Hemos pasado noches en playas y días eternos en bosques.
Hemos inventado colores.
Hemos sentido y creado palabras. Nos las hemos dicho al oído mientras con la lengua saboreamos una y otra vez nuestras pieles.
Nos hemos acariciado noches tan largas que en realidad han sido demasiado cortas.
Nos hemos besado en atardeceres que detenemos para que duren mas los besos.
Pero nuestros momentos favoritos siempre han sido los amaneceres, donde siempre detenemos un latido y una respiración el uno del otro.
Nos hemos soltado las manos por días enteros sin querer vernos siquiera, nos hemos abrazado. Hemos llorado a la distancia, por otros, por nosotros, por nuestros pasados y por los futuros también. Por los hijos que tenemos que nunca han sido nuestros.
Nos hemos sufrido y extrañado a nuestra manera, nunca igual, siempre cambiante porque somos enemigos de las monotonías.
Siempre libres. Como Diosa y como Druida.
Por siglos.
Hemos hecho y vivido todo lo que se necesita para amarnos, pero nunca, en ninguna de nuestras vidas, lo hemos hecho.
Nos hemos tenido miedo. Así hemos creído sentir felicidad.
Pero, seguías diciéndome cuando llegaba la ola mas grande, la novena ola: si tu lo conjuras a la Luna, que es tuya y de nadie mas. Si haces el rito de cada veintiocho días, y lo deseamos desde el fondo de nuestras almas, podremos amarnos.
Y eso solo será si decidimos dejar de ser Diosa y Druida, para pasar a ser simplemente mortales.
Pero somos tan petulantes, que nunca dejaremos de ser Diosa y Druida, por todas nuestras vidas. Por todas nuestras eternidades juntos. Siempre.
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